Siempre hemos pensado que nuestro querido croissant fue inventado en Francia ¿verdad? Cuando nos imaginamos paseando por las románticas calles de París, la imagen de un delicioso desayuno con café y croissant se nos viene a la cabeza.
Pues hoy venimos a contaros que ¡el croissant no es francés! Como todo lo que lleva entre nosotros mucho tiempo, es difícil determinar su origen a ciencia cierta, pero es bastante probable que la historia que estamos a punto de contaros sea la verdadera.
Durante el siglo XVII, Europa sufrió las guerras turco-otomanas. El imperio turco cada vez avanzaba más y tras arrasar los Balcanes y Constantinopla, fijó su objetivo en Viena, ciudad que consiguió sitiar con el objetivo de matar a los soldados de hambre.
Pasaba el tiempo y la ciudad no se amedrentaba, por lo que el ejército turco decidió mover ficha. La ciudad se encontraba amurallada, así que comenzaron a cavar túneles para acceder a ella bajo tierra. Realizaban esta misión de noche, para intentar no ser descubiertos y así poder entrar a la ciudad con el factor sorpresa de su lado. Sin embargo no cayeron en la cuenta de que era por las noches, cuando los panaderos encendían sus hornos y comenzaban su labor. Fueron estos últimos los que se dieron cuenta del plan del ejército turco, al oírles cavar en la noche, y dieron la voz de alarma.
Gracias a ellos, los austriacos, junto con la ayuda de otras potencias europeas, pudieron hacer frente al ejercito turco y vencerles en la batalla de la colina del Kahlenberg. El emperador quiso agradecer a los panaderos su gran ayuda ofreciéndoles el privilegio de poder llevar una espada en sus cinturones. Ellos por su parte elaboraron dos panes de conmemoración: el panecillo imperial por un lado, y por otro lado, el kipferl, un panecillo en forma de media luna, cuyo significado oculto indicaba que se estaban comiendo al ejército turco, debido a su parecido con su bandera, y que es el abuelo de nuestro querido croissant.
¿Pero cómo llegó el kipferl a convertirse en croissant? De nuevo existen varias teorías, pero una de las más sonadas parte de la nostalgia de Maria Antonieta.
Cuando la joven austriaca llegó a Francia para convertirse en la esposa de Luis XVI, sentía tanta añoranza hacia su antigua patria que introdujo el dulce junto con otras delicias a la corte. Pero no se popularizó hasta que un pastelero austriaco, August Zang, abrió la Boulangerie Viennoise y comenzó a vender nuestro querido croissant.
Cómo veis, una historia un tanto peculiar y complicada ¡pero es que el croissant no se merecía menos!